sábado, 11 de agosto de 2007

Confia

Cuentan que un alpinista, deseperado por conquistar el Aconcagua, inició su
travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para sí solo;
por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y fue haciéndosele tarde y más tarde. No se preparó para
acampar, sino que decidió seguir subiendo. La noche cayó con gran pesadez
sobre la montaña. Ya no podía verse absolutamente nada. Todo era negro, cero
visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a sólo 100 m de la cima, el alpinista resbaló y
se desplomó por los aires... Caía a una velocidad vertiginosa, solo podía
ver manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, mientras sentía
la sensación de ser succionado por la gravedad.
Según iba cayendo, en esos angustiantes momentos le pasaron por su mente
todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida. El pensaba que iba a
morir. De repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. En
efecto, como todo buen alpinista, había clavado estacas de seguridad con
candados a una larguísima soga que lo amarraba a la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido en el aire en medio de la oscuridad,
no le quedo más que gritar "Ayúdame, Dios Mío".
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "Qué quieres
que haga? Realmente crees que yo pueda salvarte?"
"Por supuesto que sí, Señor" respondió.
"Entonces - contestó la voz de Dios - corta la cuerda que te sostiene."
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre decidió, en vez de cortar
la soga, aferrarse a ella con todas sus fuerzas.
Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron a un alpinista
muerto, congelado, agarrado con toda la fuerza de sus manos a una cuerda...
a tan sólo dos metros del suelo!!

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